domingo, 18 de junio de 2017

Jeanette Winterson


Ya no vives aquí, vives en lo prohibido desde los 16 años. ¿Qué sería de la niña sin desobedecer? Tú no has leído a Nietzsche, a Hegel, a Shopenhauer, inquietos, germinales y revueltos pero sabes lo que es el dolor. La niña adoptada se autoinventa ilustrada con dibujos. No hay una pizca de suciedad en tus sueños que se repiten siempre, que crecen cuando estás en crisis. De vez en cuando te gusta estar sola. Las frutas prohibidas te están devorando, te  comen en porciones; no te hace falta dinero, ni recursos, ni endriagos. El trauma es interno y salta y lo infecta todo pero eres la mujer más feliz del mundo. Los pies pueden ser feos y deformes como los de Villanelle pero puede haber  una hermosísima arboleda rojiza. Se dice – o se dijo- que pronto envejece la alegría, tú remas en la laguna y ves el futuro brillando en el agua.  Se creían que la idea de pecado flotaba sobre ti, que eras impura por toda la eternidad. Como dijo Mallarmé "la carne es triste y he leído todos los libros", piensas y pensaste en tu despacho de hacer metáforas. La realidad es mucho más misteriosa que las palabras que están mal vistas. Queramos o no, tú no eras una ofensa para el cielo, para los muertos, para la naturaleza. A veces vienes, igual que una niña semi-desnuda en un mundo de escaseces, impregnas con tu presencia cada pensamiento, cada recuerdo, cada partícula de tierra. Me enseñas tu baúl con ropas y disfraces. Nos vamos a la laguna y nos vemos a nosotros mismos en el agua, y en las deformaciones de las caras lo que podríamos llegar a ser. Luego veo tu sonrisa radiante y tu espléndida manera de nadar. Pasan diez minutos, luego veinte, después treinta. Me comentas que a tu madre el universo le parece un cubo de basura cósmica. Me preguntas si el cubo tendrá la tapa puesta o no. Quieres salir. Salir. Salir. Me lees unos poemas de una carpeta mediocre de gomas ya flojas y desalentadas por donde corre una sustancia de obsesión. Me das el consejo, la advertencia, la maestría que el resto no puede darme -y ellos lo saben. Me esperan muchas obligaciones, muchas responsabilidades y tareas sin terminar. Antes de irme te doy un juguete con tu cara de ángel de Passolini. Lo agarras con tanta impaciencia que me arañas la mano.

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